sábado, 28 de febrero de 2009

Un encuentro.

Me encontraba sentada en una banquita, estaba tomando algo frío en el momento pues tenía calor y quería refrescarme. Lo que veía en ese momento era irrelevante, estaba más enfocada en lo que imaginaba, en los sitios que iba creando poco a poco en mi mente, se hacían y se transformaban, cambiaban de formas y colores, no eran nunca igual. Sentía esa paz obligada que va adjunta a la soledad que tampoco hemos pedido, un estado en el que nada puede perturbarnos ya que, en ese momento, no ocurrirá nada que llame la atención lo suficiente como para sacarnos de ese trance. El cielo en el mundo exterior estaba nublado, el día calmado, ya estaba entrando la noche y no habían muchas personas caminando por ahí, los edificios a mi alrededor parecían desocupados, podía decir que eran casas fantasmas, hasta el aire que se respiraba estaba calmado, no había brisa. Creo que en mi mente no había mucha diferencia. Pensaba en qué podía hacer y se me ocurrían varias cosas, pero no quería hacer ninguna, sencillamente estar ahí. Y sabía lo que pasaría, tarde o temprano tenía que ocurrir, fue una de las razones por las cuales decidí quedarme donde estaba: esperar a alguien que tiene la habilidad de llegar siempre que estoy sola, cuando nadie me ve y estoy en el estado de paz obligada en el que me encontraba, la única que siempre ha llegado cuando la espero, a veces, cuando no la espero también, y debo decir que tardó un poco más de lo que imaginaba, aún así, al fin, llegó. Se apoyó con su mano izquierda en la pared atrás de mí, me miró a los ojos y sonrió mostrando esa cierta malicia tan características de ella. Le veía las facciones de su rostro rígidas, su mirada entre vacía y molesta, su sonrisa burlona e implacable, me parecía que necesitaba un descanso y relajarse, yo siempre la veía así. Le invité a sentarse junto a mí, ella prefirió quedarse de pie. Habían cosas que a ella le gustaba mostrar frente a los demás, el orgullo y la fortaleza son dos de esas cosas. Insistí un poco más “Es más incomodo…siéntate un rato…sabes que te hace falta”. Accedió a sentarse conmigo, cuando estoy con ella y se hace la difícil conmigo, me gusta imaginar que sólo se le olvida que no soy parte de “todos los demás”. Le ofrecí algo de tomar, ella quiso de lo que yo estaba tomando. Ella sacó de su bolsillo una cajetilla de cigarros y me ofreció uno, “ya no fumo” le respondí. Me miró de reojo y rió. “Mucho tiempo sin hablar contigo” me dijo, al tiempo que apoyaba sus brazos en sus piernas y bajaba la cabeza. “Puedo decir lo mismo” le respondí. “Estas muy ocupada como para buscarme”, me reclamó, yo miré al piso y sonreí, ella tenía razón, últimamente no había tenido tiempo como para buscarla, tampoco tenía muchas ganas de dejar que me encontrara ella a mi. “Es que te quería dar un descanso, creo que te hace falta, te lo he dicho”, trataba de decir la verdad, pero no quería lastimarla, ella había sido muy importante para mí y lo sería siempre, sólo que en grados diferentes. Como los paisajes en mi mente, en este mundo exterior todo cambia y ella sentada junto a mi era la prueba de eso. “Es que tu necesitas un descanso de mí” levantó la cabeza, se sentó erguida y me miró. “Está bien… yo donde estoy me voy a quedar, tu estás continuando tu vida sin necesidad de que yo ande detrás de ti recordándote todo, todo el tiempo. Estás crecidita ya como para eso”. Jugaba con el cigarro entre sus dedos índice y anular de su mano derecha como acostumbraba a hacer. Yo la veía junto a mí, hablándome de dejarme de recordar las cosas que viví y hasta cierto punto tuve miedo de olvidarlo todo, pero ella mantenía su mirada fija en mis ojos, como leyendo mi mente y sonrió haciendo brillar esos ojos que ella ocultaba y la sonrisa que no le dedicaba a nadie “Eso no quiere decir que valla a dejar de visitarte. Puedes tener por seguro que voy a seguir regresando, sólo que no tan seguido como antes ni por tanto tiempo. También tengo cosas que hacer ¿Sabes?” Tan orgullosa como siempre, aunque me costara admitirlo ella tenía razón, yo había cambiado, había crecido y no necesitaba que estuviera todo el tiempo diciéndome qué hacer ni cómo pensar, pero tampoco quería olvidarla. Estaba segura que eso nunca ocurriría. Conversamos un rato más, habían muchas cosas de las que hablar, mi forma de ver las cosas había cambiado mucho desde que compartimos el mismo camino, ella se sorprendía pues nunca imaginó que pudiera cambiar y ser como soy hoy, yo también me sorprendo de verla a ella, es muy diferente a mí, aunque sé bien que dentro somos iguales. Es lo que nos une tanto. Las ideas sobre la vida, la muerte, el amor, los misterios del universo siguen intactos, la naturaleza humana permanece inmutable y nos encontramos y nos alejamos, pero seguimos ahí. Había pasado ya mucho rato, la noche había llegado por completo, inundándolo todo y, por más increíble que parezca, le devolvía la vida a la atmósfera de casas fantasmas que había a mi alrededor, y percatarme de esto significaba que había llegado algo que no se nos daba muy bien: la despedida y debo decir que siempre he sido algo sentimental en estas cosas de decir adiós, aunque no lo haya demostrado nunca. “ Se me acabó la cajetilla, me toca irme- me dijo mientras se levantaba, yo tenía mis brazos apoyados en mis piernas, levanté la mirada siguiendo su voz.- Y ya sabes, no te molestes en tratar de olvidarme, algún día me verás regresar para conversar un rato. Espero que me aceptes un cigarro entonces.” Siempre con esa sonrisa burlona, y copiándola le respondí “¿Bronco?”. “Lo mejor“ me dijo entre risas. “Nos vemos pronto”. Y se fue por donde vino. Sin pensarlo mucho, pues ya no quedaba mucho por pensar, yo me levanté e hice lo mismo. “Seguro- pensé.- nos vemos pronto…”. Como debería ser, ocurrió, se fue ella por su camino y finalmente yo emprendí el mío.