viernes, 31 de julio de 2009

palabras suicidas

Apenas me voy dando cuenta de la necesidad extraña que ha florecido en mis entrañas, adhiriéndose a mis palabras; es ésta necesidad loca de finalmente, ser escuchadas. Una necesidad sin motivos, sin excusas ni porqués, pero a fin de cuentas una necesidad real, lastimosamente es también una necesidad suicida, pues decidió adherirse precisamente a las palabras que nunca conseguirán vivir, aquellas que nacieron en mi corazón, se anidaron en mis ojos y un buen día decidieron arriesgarse, escucharon que había un corazón muy cercano y dispuesto a darles cobijo, cuando habían decidido salir, mi orgullo trató de atraparlas, pero no pudo, siguieron su camino por mi garganta hasta que se tropezaron con mis dudas, éstas atraparon uno que otro respiro, pero las palabras siguieron adelante, algo cansadas, pero siguieron; luego, ya cuando estaban por llegar a mi boca se encontraron con mis miedos, quienes rodearon a las palabras, capturando algunas y matándolas, las demás lucharon con todas sus fuerzas, ellas debían sobrevivir, venían del corazón, y los nacidos del corazón siempre sobreviven, pero en el corazón nunca habían escuchado hablar de los de la cabeza, que eran tan fuertes como ellos. La lucha fue larga y extenuante, mis palabras no consiguieron derrotar a mis miedos, quienes cuando se sintieron agotados decidieron marcharse, dejando a las palabras que habían sobrevivido en agonía, la mayoría de ellas murieron, pero dos palabras, más jóvenes y fuertes consiguieron escapar, y ahora anidan en tu corazón, lo sé porque me lo ha dicho tu mirada, y sé que el "te amo" que consiguió escapar de mi orgullo, de mis dudas y de mis miedos esta muy bien cuidado ahí. Y con respecto a mis demás palabras y a mi necesidad extraña y suicida, sigue ahí, filtrándose por mis entrañas, recorriendo mi cuerpo, en mi sangre, en mis ojos y en mi corazón. Para salir sólo necesita un poco de ayuda con mis miedos, que habitan en mi cabeza, y para éso no hay mejor medicina que las palabras que nacen en tu corazón, que entran por mis oídos y llegan directo a mi mente, atacando a los miedos, a la duda y al orgullo, facilitando así la salida para mis demás palabras, que sólo son mensajeras de las necesidades extrañas, locas, y suicidas de mi corazón en su delirio de acoger en él palabras que hayan nacido en tí. A ese intercambio de palabras, mi corazón le llama "amor".

lunes, 27 de julio de 2009

Joey

Teresa vivía muy sola, hasta que conoció a su mejor amigo: Joey. Se conocieron una preciosa tarde de abril en la que la pequeña Teresa, inquieta y curiosa, había decidido ir al parque que quedaba al cruzar su casa. Ella tenía seis años y adoraba los colores, le gustaba vestirse sola y generalmente se colocaba encima una falda celeste, una camisa naranja, una bufanda morada y zapatillas blancas, porque eran los colores del atardecer.A su madre le tenía sin cuidado lo que Teresa se pudiera colocar, le gustaba que mostrara independencia, pero Teresa tenía un problema. Muchos psicologos ya la habían visto, y todos concordaban con que Teresa presentaba un principio extraño de esquizofrenia, ésto lo adjudicaban a la situación que había vivido hace algunos meses con su padre, quien llegaba borracho cada noche y maltrataba a su madre frente a Teresa, lo cual le causó un trauma tal que hizo que la pequeña necesitara refugiarse en un mundo más seguro, y ahí comenzó el principio de esquizofrenia. Dijeron que pasaría si la llevaba diariamente a tomar aire, si tenía actividad física adecuada y mejoraría con la presencia de amiguitos, pero ella siempre veía a su hija igual, no sucedía ninguna mejora. Iban diariamente al parque, Teresa se llevaba un libro y se metía en algun juego a leer, nunca la veía, pero con la certeza de que estaba ahí le bastaba. Deseaba que su hija hiciera algún amigo, hasta que Teresita decidió presentarle a Joey.

Era el cielo en la tarde, era el viento, era el sol y la luna, todo era ella, y le gustaba que la gente lo viera, y porqué no? que todos fueran también cielo de tarde y viento, y sol y luna, no entendía porqué a las personas no les gustaba ser algo tan hermoso y decidían ser algo aburrido todo el tiempo. Si, la gente en la calle, en la tele, en todas partes era aburrida, y eso a ella le aburría y nadie se daba cuenta. Entonces ella sería el mar, y las montañas, y los ríos y el fuego también, para que la gente viera qué hermoso era y fueran también parte del mundo, de ese modo serían felices como ella. Aunque no iba a mentir, a veces ser el mundo ella sola era aburrido. Se vistió de atardecer esa tarde, agarró un libro de esos que su madre le había traído, y fue al parque a leer con ella.
-¿Porqué estás triste?, eres un atardecer muy bonito.- le dijo el niño de ojos oscuros mientras se sentaba junto a ella, dentro de un túnel en los juegos.
Era la primera vez que alguien se daba cuenta que ella era un atardecer, sintió una briza fresca correr por dentro e invitó al niño a quedarse con ella, y se puso contenta de haber encontrado por fin a alguien que la entendiera, y que viera lo que ella era en verdad. Joey era su nombre, y vestía como el fuego. Teresa le enseñó el libro que estaba leyendo, para que leyeran juntos, pero Joey no sabía leer. Aunque sí conocía mil historias fascinantes, eran cuentos hermosos que hechizaban a Teresa y la hacían querer quedarse por siempre junto a Joey escuchándolo. Al lado de sus historias, los libros que le traía su madre le parecían como las demás personas: aburridos.
Pasó un mes, Teresita iba todos los días a hablar con Joey, ya él se había convertido en su mejor amigo. A veces se vestía de cielo de noche y se dibujaba estrellas en los brazos y en la cara con pintura blanca, o se vestía de tormenta y se hacía puntos azules para simular la lluvia, otras veces se vestía de combinaciones de elementos, para que Joey no adivinara, pero siempre lo conseguía. Su madre le había dicho que debía presentarle a sus amigos, así que cuando pasó ese mes, Teresa decidió que su madre debía conocer a Joey, y porsupuesto, a él le encantó la idea de conocer a la mamá del cielo más hermoso que había visto. Teresita tomó de la mano a Joey y caminaron hasta su madre. Ella levantó la mirada al ver a su hija acercarse, le preguntó si ya estaba lista para irse.
-Mamá, quiero que conozcas a mi mejor amigo.- dijo la pequeña
-¡Muy bien!- respondió ilusionada- ¿Dónde está?
-...Mamá... está aquí junto a mí.- Sonrió- Se llama Joey, y cuenta unos cuentos muy bonitos, me gusta mucho escucharlo.- su madre la miraba estupefacta, sin decir una palabra, no sabía cómo reaccionar- ¡y él también es algo, como yo!.
Su madre la agarró por el brazo "Despídete de tu amigo, nos vamos a la casa". Teresa miró a Joey y con la mano le dijo adiós. Es que no le había caído bien Joey a su madre?, nisiquiera lo había visto. No importaba, siempre que pudiera seguir llendo al parque a verlo todo estaba perfecto.
Al día siguiente Teresita se vistió de tormenta, estaba molesta con su madre y esperaba que Joey le contara alguna de sus historias mágicas para hacerla sentir mejor, pero no pudo llegar al parque. En la entrada de su casa habían unas personas y una camioneta grande y blanca. Venían por ella, lo sabía. Pudo reconocer a un señor que vestía de blanco, como nube, y que le había mandado a tomarse unas pastillas que sabían terrible todas las mañanas, no le caía bien, y no le gustaba cómo miraba a su madre. No salió de su habitación, estaba observando desde la ventana lo que se sucedía en la entrada de su casa, estaba su madre conversando con éste señor, ella se veía triste y él preocupado. Hablaban de ella, estaba enferma, ya se lo habían dicho, aunque ella se sentía bien. Decían que lo que ella veía y soñaba no era real, que ella no podía ser viento ni tarde, ni estrellas ni luna, que debía ser justo como todos los demás, y no conseguía entender el porqué, qué tenía de bueno ser igual a todos, triste y aburrido, ella era feliz siendo lo que era y debía dejar de serlo porque a un señor vestido de nube no le gustaba la idea. Pero no debía entristecer, ella podía ser quien era con Joey, y él la entendía. Sonrió triunfante ante la idea y se maquilló las mejillas de naranja, diciendo que era el sol que salía después de la tormenta, a Joey le encantaría la idea. Bajó las escaleras, su madre la estaba esperando.
-Mamá, voy al parque un rato, Joey me está esperando.
-Tere...Tienes que ir con éste señor.- en ese momento dos manos frías le agarraron los brazos, estaba asustada, se dió la vuelta y era el mismo señor nube de las pastillas horribles.
-Suélteme, porfavor...- susurraba como briza Teresita, cabizbaja, pues sabía lo que estaba por pasar. No la dejarían ir.
Montaron a la pequeña Teresa en la camioneta, su madre se quedó en su casa, llorando por el fracaso que había sido como madre, como esposa, como mujer. Mientras tanto Teresa llovía como tormenta, las lágrimas borraban el color naranja de sus mejillas. El señor nube trató de secar sus lágrimas, pero ella apartó el rostro.
-Las nubes como usted- dijo Teresa- son las primeras en desaparecer.
Sintió un pinchazo en el brazo derecho, y pocos minutos después Teresa se durmió. Al despertar estaba en una habitación blanca, horrible y triste, y ella no vestía de atardecer ni de tormenta, ni de fuego como Joey, vestía de nube, como el señor que la había hecho dormir, y sintió miedo, pues ahora estaba vestida como todos los demás y ya nadie vería que ella era diferente, que era el mundo, y echó a llorar. Pero a los pocos minutos se contentó, pues sólo necesitaba de viento para desaparecer, y de esa manera ella escaparía y volvería junto a Joey. Pero nadie podía verla, porque en ése lugar ella no podía ser feliz, ni ser nada que no fuera una persona como las demás, una nube triste y aburrida, y si la veían no la dejarían ir . Escaparía en ése mismo momento. Abrió la puerta de la habitación y corrió a lo largo del pasillo, pasando muchas puertas iguales y viendo a muchas niñas como ella vestidas de nube que miraban al vacío y lloraban; no sabía en qué clase de lugar de pesadilla estaba, pero ya faltaba poco para salir. Subió unas escaleras, debía llegar al techo, donde hacía más viento, eran muchos los escalones, pero cuando finalmente consiguió subir abrió la puerta y observó los edificios que la rodeaban, el viento soplaba con fuerza, estaba perfecto, ya pronto se iría. Se acercó a la esquina y extendió sus brazos, cerró los ojos y esperó a que el viento se la llevara, pero no sucedía nada. Unas manos frías la agarraron de nuevo, sintió otro pinchazo, luchó con todas sus fuerzas para salvarse, no quería dormir, no quería estar allí. Joey... dónde estaba Joey?... Cuando abrió los ojos de nuevo en su habitación, todo estaba bien. Sintió un extraño vacío, algo no concordaba, pero eran bobadas, todo estaba bien.
- ¿Cómo te llamas?- preguntó una voz lejana, de mujer.
- Teresa.
- ¿Reconoces el nombre de Joey?.- El corazón de Teresa empezó a latir con fuerza...pero no lograba recordar...
- No...
- ¿Qué eres?- volvió a preguntar. Y de nuevo el corazón de Teresa dió un vuelco, lo sintió trotar en su pecho, pero no sabía porqué.
- Una persona.
Su madre la fué a recoger, después de un año sin verla las mejoras debían ser notables. Teresa se colocó unas ropas rosadas que le trajo su madre, acomodó sus pertenencias dentro de una maleta negra y salió agarrada de su mano. Observó el cielo sin mayor admiración, las personas en la calle eran las mismas, nada había cambiado. No sabía cuánto tiempo había estado ahí, parecía una semana, o un mes, y no un año.
Teresa tenía los ojos vacíos, no sonreía, no se vestía de colores, no era feliz. A causa de eso, su madre había empezado a desarrollar una depresión que sólo podía controlar con medicamentos. Una tarde decidió vestirla de amarillo, como si fuera el sol, y la llevó al parque, tenía la esperanza de que volvería a encontrar a su amigo imaginario Joey y que volvería a sonreir, que su hija sería de nuevo feliz, como antes. Pero Joey nunca llegó. Se sentó en el columpio y su madre la comenzó a meser. Veía a lo lejos las nubes blancas, y cómo se iban con el viento, y por fin sonrió. No sabíá porqué, pero sonrió.
- ¿En qué piensas, hija?
- En que cuando las nubes blancas se las lleva el viento, se transforman en cielo, y son atardecer, y tormenta, y lluvia, y aire y... fuego...- dijo, sintiendose mareada, entonces recordó que ésas cosas no eran reales, que era pura imaginación, y debía dejarlo, porque sino el señor de blanco volvería y la haría sentir mal, la amarrarían de nuevo a una camilla y la golpearía mil veces sin usar las manos, sino con una cosa llamada electricidad.- Mamá, ya me quiero ir.
Joey no volvió, y los ojos de Teresa no se volvieron a llenar. Las personas normales no tienen los ojos llenos, no son atardecer, ni mar, ni nada. No son nada. Y ahora Teresa tampoco lo era... esperaba no volver a serlo jamás.

sábado, 11 de julio de 2009

Sofía.

Sofía tiene los labios de azúcar y miel, el par de labios más dulces que puedan haber.

Ya ha tenido problemas en la escuela, dicen que duerme demaciado, pero a ella no le importa, sólo quiere ser feliz. Sofía cierra los ojos y la aventura comienza. Cuando las voces se vuelven lejanas y terminan apagándose puede abrir los ojos con confianza pues sabe que ha llegado. Sofía pertenece a ese lugar, su piel es de arena, su aliento del aire más puro que pueda haber, ése que se respira en aquel paraíso, sus ojos tienen el color y la inmensidad del cielo, y su corazón es del tamaño del horizonte al que ella llama "hogar". Camina por la orilla, mojando sus pies con el agua cálida, piensa que es más plácido al atardecer, que el agua esta más calma, así que siempre es de atardecer, puede ver la luna saliendo por el este, pero el sol nunca se termina de poner al oeste, es perfecto, y Sofía sonríe mostrándole al mar sus preciosos dientes color perla. Se acuesta a la orilla, deja que las olas besen su cuerpo, desea con toda su alma ser parte de aquello, pero no puede, sabe que pronto va a despertar. Mira al cielo, y siente algo entre sus pies que el vaivén del agua se encarga de posar en sus manos, ella lo analiza con curiosidad, un regalo del mar, piensa, es hermoso, de colores brillantes, sigue jugando con su regalo, hasta que siente calor en un dedo, se ha pinchado, pero no le duele, sus manos son de arena y su cuerpo es lentamente arrastrado por el mar, se transforma en playa, ahora es parte del mar, pero Sofía sigue allí. El mar salado la contempla con incredulidad, no sabe qué podrá ser aquello echado en sus orillas, pero no le agrada el olor dulce que emana de sus labios y se mantiene alejado de ella. Y sin el beso del mar Sofía no puede despertar.