Sofía tiene los labios de azúcar y miel, el par de labios más dulces que puedan haber.
Ya ha tenido problemas en la escuela, dicen que duerme demaciado, pero a ella no le importa, sólo quiere ser feliz. Sofía cierra los ojos y la aventura comienza. Cuando las voces se vuelven lejanas y terminan apagándose puede abrir los ojos con confianza pues sabe que ha llegado. Sofía pertenece a ese lugar, su piel es de arena, su aliento del aire más puro que pueda haber, ése que se respira en aquel paraíso, sus ojos tienen el color y la inmensidad del cielo, y su corazón es del tamaño del horizonte al que ella llama "hogar". Camina por la orilla, mojando sus pies con el agua cálida, piensa que es más plácido al atardecer, que el agua esta más calma, así que siempre es de atardecer, puede ver la luna saliendo por el este, pero el sol nunca se termina de poner al oeste, es perfecto, y Sofía sonríe mostrándole al mar sus preciosos dientes color perla. Se acuesta a la orilla, deja que las olas besen su cuerpo, desea con toda su alma ser parte de aquello, pero no puede, sabe que pronto va a despertar. Mira al cielo, y siente algo entre sus pies que el vaivén del agua se encarga de posar en sus manos, ella lo analiza con curiosidad, un regalo del mar, piensa, es hermoso, de colores brillantes, sigue jugando con su regalo, hasta que siente calor en un dedo, se ha pinchado, pero no le duele, sus manos son de arena y su cuerpo es lentamente arrastrado por el mar, se transforma en playa, ahora es parte del mar, pero Sofía sigue allí. El mar salado la contempla con incredulidad, no sabe qué podrá ser aquello echado en sus orillas, pero no le agrada el olor dulce que emana de sus labios y se mantiene alejado de ella. Y sin el beso del mar Sofía no puede despertar.
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