domingo, 8 de noviembre de 2009

Ésta ciudad.

El lugar donde ahora vivo tiene dos facetas intrigantes y a su vez muy simples. Es un lugar de fiestas y de alegría, de gente que sale junta por ahí a conversar, beber algo, olvidar las penas, piensan sólo en el día de hoy, llenándolo así de color y alegría. Pero sólo sucede cuando anochece, de día todo resulta triste. Algo tiene esta ciudad de escalofriante, de lúgubre, de taciturno y sólo se ve a la luz del día, supongo que de noche es mas sencillo ocultarlo todo. Las personas caminan calladas, cabizbajas, como si buscaran en el espacio vacío la respuesta a sus problemas o como si estuvieran todo el tiempo solos, aunque caminen de la mano con otra persona. Aquí los seres andan como almas en pena, evitan saludar y sobre todo mirar a los ojos, como si temieran que al ver en ellos alguien pudiera descubrir sus penas, lo que ellos son en realidad y sacarlos de ese estado semi vivo- semi muerto en el que se encuentran, casi como si revivieran en un par de ojos vivos y prefiriesen seguir muertos, o dormidos. En ésta ciudad ya no sé si yo misma soy parte de la humanidad me he convertido en un fantasma, ¿Cómo saberlo?, nisiquiera cuando tropiezo con alguien me mira. Las personas se evitan, evaden miradas, y todo en el día se ve mas dormido, más anesteciado, más muerto, a la luz del sol el alma de las personas se esconde como si fuesen a quemarse, y lo que se puede ver de las personas es su tristeza y su temor. Pero de noche, cuando ya el sol no alumbra, se sienten seguros, pues bajo el manto de la noche es más fácil existir, como si nadie pudiera verlos y por eso los espíritus de ésas personas se permite salir a jugar, y actúan como lo que son en verdad, sin miedos, contando sus dichas y sus penas en voz alta, sin importancia, pues al día siguiente ya nadie se acordará, ni ellos.
Qué extraño es vivir en Miami.

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