Han pasado ya varios años desde la última vez que te vi, y a decir verdad juraba que nunca volveríamos a cruzarnos, así como habíamos acordado, pero como tu y yo sabemos, el destino es un tipo caprichoso que se disfraza de azar, utiliza máscaras de momentos precisos y ropas de rostros diferentes. Debo ser sincera, cuando volví al lugar donde te ví por última vez sentí tu presencia en todos lados, te observé sentado donde siempre queriendo compartir tu desayuno conmigo, pero ni tu ni yo estabamos ahí ya, sino en algún sitio del pasado, y como ya dije antes, no esperaba cruzarme contigo, en esa inmensa ciudad sería como encontrar una aguja en un pajar. De todas maneras, si te encontrase tu ya no me reconocerías, ya me habrías olvidado, justo como todos los demás.
Se me ha hecho cómico pensar en cómo te vi y en lo que pensé. Caminaba por la universidad a la que nunca fuí a estudiar, pero cuyos pasillos me sabía como la palma de mi mano, iba a buscar algunos sueños que había dejado allí años atrás y quizás reencontrarme con algún trozo de mi que se había rehusado a partir, miraba el piso correr debajo de mis pies mientras caminaba sumida como de costumbre en mis pensamientos, entonces te ví, instintivamente busqué tus ojos y tu hiciste lo mismo, no dijiste nada, yo tampoco me detuve para hablarte, caminamos de largo uno pasando al otro como dos perfectos extraños que nunca tuvieron nada que ver, y ¿para qué?, ya en tus ojos había visto todo lo que necesitaba saber. Me estabas esperando. Sé que te apenará que diga esto pero seamos sinceros. Yo te esperaba también.
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